viernes, 31 de marzo de 2017

Flamenco Malena Cádiz


Biografía:

Magdalena Seda Loreto, La Malena (Jerez de la Frontera (Cádiz), 1877/ Sevilla, 1956). Bailaora Perteneció a una familia gitana de reconocida tradición flamenca. Era sobrina de La Chorrúa, de quien aprendió a colocar los brazos con aquellas insuperables gracia y elegancia. Su hermano Gaspar fue el padre de Manolita la Bonita, bailaora también y madre de Eduardo, el guitarrista. Éste era, pues, sobrino nieto de la Malena, a quien adoraba porque vivió con ella hasta que se casó. Sabemos que la Malena siguió más o menos en paralelo los mismos pasos artísticos que la Macarrona. Es decir, cafés cantantes, teatro, viajes al extranjero, Las calles de Cádiz con La Argentinita... En 1911 viajó a la Rusia de los zares en una compañía del Maestro Realito. En los años 40 formó parte de la compañía de Concha Piquer, y más tarde lideró ella un cuadro flamenco para el Casino de la Exposición de Sevilla al que llamó Malena y sus gitanas. Alcanzó a actuar en los Festivales de España, en los primeros años 50, de lo que hay testimonio gráfico en una fotografía en que el bailarín/bailaor Antonio la abraza emocionado.
En uno de esos festivales, celebrado en Sevilla, bailó por última vez en público la Malena, quien pidió a José Acosta que le cantara el mirabrás. Cuatro guitarristas hicieron la música para el baile profundo de la octogenaria bailaora. Escribió Juan de la Plata: "El escenario era monumental, pero Malena sólo necesitó un reducidísimo espacio, como en sus buenos tiempos, para electrizar al público de emoción jonda y arrancar de éste la más estruendosa ovación". André Villeboeuf, que la vio bailar en el Casino de la Expo, cuenta que bostezaba "hasta desquijararme" mientras bailaban mascando chicle doce chicas de lo más sosas e indiferentes que imaginarse pueda. Pero "salió la Malena, la sesentona, flaca, cascada, encorvada, con un grueso mantón de flores cubriendo sus hombros friolentos. Levantando bruscamente la cabeza, como el esgrimidor al ponerse en guardia, comenzó su número; fue breve. Unos compases de música, unas cuantas figuras de baile ejecutadas en un espacio de medio metro cuadrado. Los ojos negros de la vieja gitana, bruja y princesa, alternativamente, lanzaban miradas imperiosas sobre la concurrencia. Sus brazos se redondeaban, describiendo en el aire unas curvas tan nobles, tan singulares; sus movimientos, aun estando medidos, tenían tal prestigio que el público, electrizado, abría mucho los ojos, sintiendo confusamente, sin comprender del todo, que sucedía algo". Caballero Bonald también sitúa a la Malena entre las más grandes del baile jondo de todos los tiempos: "El baile de la Malena, aprendido del de la Chorrúa, fue como un desatado vértigo de la inspiración, como un eléctrico sobresalto de la carne. Cuentan que, en algunos momentos, la bailaora se sometía a un continuado síncope que daba terror mirar, que encrespaba de patetismo la misma atmósfera donde se producía". Antonio Ruiz contó cómo había reencontrado a la Malena al final de su vida, con un puesto de venta de pipas y altramuces en la Alameda de Hércules sevillana. Se acercó a saludarla aún con la duda de si sería ella. La Malena, al verle, sólo pudo decirle: "Ya ves..." Antonio ni siquiera fue capaz de consolarla. Poco después conoció la noticia de que había muerto en la pobreza y olvidada. 
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