martes, 15 de marzo de 2016

El arte del Flamenco y la poesia


Flamenco y  la poesía:

Una de las maravillas del cante jondo, aparte de la esencia melódica, consiste en los poemas. Federico García Lorca sellaba con estas palabras la admiración que el mundo de las letras profesa al anónimo verso flamenco. En su historia, este arte ha fraguado un vasto poemario cuya riqueza lírica ha llamado la atención de literatos de varias corrientes y escuelas. Del romanticismo, Bécquer, por ejemplo. Demófilo, padre de los hermanos Machado, fue de los primeros en recopilar esos versos y pasarlos a papel como fórmula para salvaguardar un tesoro que la transmisión oral podía llegar a diluir. Años más tarde, la Generación del 27 asumió y defendió los valores literarios intrínsecos al flamenco. De ellos, fue Lorca el más firmemente comprometido con esa rimada confesión del dolor de un pueblo secularmente subyugado. Poema del cante jondo es el fiel reflejo de una pasión que pronto tendría feed-back. Dice el poeta granadino en La Soleá: Vestida con mantos negros Piensa que el mundo es chiquito Y el corazón es inmenso... Si en el proceso de gestación del cante jondo es el poeta popular el que se erige en juglar del quejío, anotando en las coplas sus propios sentimientos, el paso de los años dio, en ocasiones, un nuevo papel al intérprete. Pues, vueltas las tornas, ha sido el cantaor el que ha echado mano del verso del poeta de renombre para transmitir su mensaje a través del flamenco. En este intercambio, ha sido Lorca el poeta más cantado. La leyenda del tiempo de Camarón u Omega de Enrique Morente son, quizás, las más dignas muestras de este intercambio. En este disco -incomprensiblemente descatalogado- suenan con ecos morentianos poemas como Vuelta de paseo, Vals en las ramas, Norma y paraíso de los negros o Ciudad sin sueño (Real Audio)... No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan. Pero no sólo a Lorca. Por ejemplo, Morente ha puesto voz flamenca a la Nana de la cebolla del poeta pastor Miguel Hernández; Vicente Soto Sordera ha cantado al portugués Pessoa (Real Audio); Calixto Sánchez a Antonio Machado o a Alberti en De la lírica al cante... Y se han dado curiosos cruces flamenco/poesía como aquel homenaje al literato argentino Jorge Luis Borges que, a golpe de cante y baile, dieron los flamencos en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en el centenario de su nacimiento. Estas experiencias de ida y vuelta no merecerían más comentario que la admiración al enriquecimiento de ambas artes, de no ser porque la poesía flamenca, la letra, la copla, ha entrado en punto muerto. Sí, es cierto que, como decía José Mercé cuando publicó Del Amanecer, los tiempos han cambiado y ya no se pude cantar al borrico aquel que acarreaba cántaros de agua por los caminos. Ahora hay quien le canta a las pilas alcalinas; otras que, como La Chiqui, le canta a los Tele Tubbies por tangos; y otros que, como Diego Carrasco en Inquilino del mundo (Real Audio), dedica sus canturreos hasta "a la vaquita que echa su lechecita por las tetitas". ¿Falta inspiración? ¿Falta calidad artística? ¿Obliga el yugo comercial a desdibujar los contenidos? ¿Las formas pueden a los fondos? En parte, Mercé tenía razón, pero sólo en parte. El marco sociopolítico en el que actualmente se mueve el artista flamenco no es el de hace veinticinco años, ni el de hace cien, ni el de hace dos siglos. Y puede que el colchón centrista, medio y acomodaticio que hoy arropa la existencia del flamenco ya no inspire queja ni lamento alguno. Como mucho, alguna que otra pena de amor, sentimiento que, como la muerte, sobrevuela los avatares políticos, económicos y tecnológicos. Echar un vistazo a cualquier memoria del flamenco es, como poco, algo revelador. Conforme las capas más humildes de la sociedad andaluza fueron tomando conciencia de clase, las letras flamencas se hicieron más comprometidas. El tono de resignado desahogo de una primera etapa descontaminada de ideologías, se resiente con las convulsiones decimonónicas. Y el flamenco critica la política borbónica, idolatra al bandido, resiste al invasor galo... Y desemboca en el siglo veinte ora sucumbiendo a los desmanes burgueses, ora ondeando banderas republicanas, como hicieran Manuel Vallejo o la Niña de los Peines. Que bonita está Triana Cuando le ponen al puente Banderas republicanas Los últimos coletazos de la dictadura volvieron a alzar el grito, tras un silencioso paréntesis. Y Manuel Molina, José Menese o Manuel Gerena enrojecen sus voces. Cantaría Lole entonces en Nuevo día que "el pueblo se despereza, ha llegao la mañana". Y El Cabrero, al que todavía hoy puede escuchársele en los festivales de verano hasta letras contra los dictámenes de la Unión Europea, no renuncia a martillear conciencias en sus fandangos. Por Calañas ha cantado Se la dan de inteligentes Muchos hombres en esta vida Se la dan de inteligentes Y son la fruta podrida Esa que escupe la gente A la primera mordida Esta etapa quedaría del todo incompleta sin la figura de Francisco Moreno Galván, que dibujó como nadie el clamor popular durante la transición, hecho quejío por Menese y Diego Clavel. Un ejemplo entre decenas... Escucha pueblo que andas por naciente libertad no será este pueblo libre sin aire que respirar Ahora el pueblo es libre, o eso dicen, y hasta los albañiles del barrio donde vive Mercé construyen votos conservadores. Pero es que ni siquiera las letras nuevas sobre los universales sentimientos están, cualitativamente, a la altura. Y son muchas las muestras... basta echar mano de cualquier radiorepetido estribillo. Candela Olivo 
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