jueves, 1 de septiembre de 2016

Matilde Coral, estampa del Señorío


Matilde Coral, estampa del Señorío :

MATILDE CORAL, ESTAMPA DE SEÑORÍO 
Candela Olivo 
Triana se despereza con un tardío frío de marzo. Las tasquitas de la calle Castilla, una de las arterias del sevillano barrio, ya murmuran. Entre el olor a río, a café y a pan tostado, camina elegante, aupando el sempiterno moño, Matilde Coral, la que naciera apellidada Corrales un año antes de que estallara la Guerra Civil... "¡Qué señora va usted!". Esas cuatro palabras la llenan de orgullo, porque significan reconocimiento, le recuerdan que tiene su sitio. Y, además, las ha pronunciado "una señora más joven que yo". Y eso le hace, cuanto menos, sonreír, porque si supiera que "voy tirando de mi fémur, que no veas como me duele". Para sí misma piensa que qué hueso no le va a doler ya... pero con un humor digno de envidiar. Dice Matilde, entre carcajadas, que "qué cosa más extraña, que me duelen más los huesos de la izquierda... si mi padre estuviera vivo y le dijera que todos mis dolores son de la izquierda, no te digo lo que pensaría". Sin abandonar la sonrisa, pone ojos de añorar: "Mi padre era un hombre muy gracioso y decía que en todas las familias había una desgracia y que la suya era que a su hija le gustaba mucho la política". Necesita un silencio para responderse: "¡A mí qué me va a gustar la política, a mí lo que me gusta es la justicia!". 
Por eso confía en que la permanente lucha en la que ha convertido su vida, sea reconocida. Una lucha, no sólo por la supervivencia, sino por el baile flamenco, por poner al alcance de sus hijos lo que a ella le robó el momento histórico en el que le tocó nacer... Una lucha por "la ambición de querer ser algo en la vida y no pasar desapercibido". Y resalta este valor con rotundidad: "No me gusta la vulgaridad". Aunque fuera pegando botones, "pero que yo me distinga por eso".
Pasó por la Real Escuela Económica Sevillana de Amigos del País, "fui lista, estudié mucho, hasta tercero, pero nunca pude hacer cuarto y reválida". Su sueño truncado es haber sido universitaria: "Y me hubiera gustado haber sido médico, porque me encanta ayudar a la gente, me siento algo superior cuando ayudo a alguien". 
La idea de hacer una fundación podría transplantar tal sentido de la ayuda al arte flamenco. Aunque lo ve como un imposible. "Creo que para eso hay que tener mucho dinero", dice con sorna. Y va subiendo el tono de voz para aclarar que "a mí lo que me dan es porque me lo he merecido, yo no he pedido nunca nada". Ni ha pagado por ello, pues "pagar la educación de mis hijos me ha costado mucho dinero y creo que era lo importante en mi vida". Con un extraño don de la oportunidad, interrumpe el teléfono del minúsculo despacho tapizado de recuerdos desde el que se administra la escuela, para comunicarle una nominación a otro premio... "a la mujer sevillana", dice con sonrisa aniñada y sin grandes alardes. Será la costumbre. "Han creado en Córdoba un premio nacional a mi nombre, bueno, compartido con Mario Maya. A él le han dado las alegrías, porque es el único palo que baila. Y a mí algo más grande, tarantos, en fin... aunque lo mío son las alegrías y las cantiñas. Fíjate, tengo cinco premios nacionales". 
Se lo toma con la misma filosofía que la vida misma, pero la Medalla de Oro de Andalucía, que ya otorgaran a Antonio Canales el pasado año, es una espinita... "y soy andaluza, ¿y habré hecho por la danza, que conservo el baile flamenco andaluz? Me da igual, ya me la darán. ¿Qué te crees que no? Me lo dan todo, pero diez o quince años más tarde que a los demás. Y yo espero, porque no tengo politiqueos con lo que hago de verdadero amor y de verdadera obligación moral". De hecho, comenta que el Compás del Cante -distinción de la Fundación Cruzcampo- se lo dieron en la décimo tercera edición, "cuando ya incluso cantaores que yo había llevado atrás lo tenían porque son simpáticos, porque les gusta estar en reuniones, porque lo pagan de una forma o de otra. Yo no pago nada, si me lo dan es porque quieren". 
Por ese mismo motivo, se ve impotente ante los problemas de homologación de la escuela que, con tanto sudor, ha conseguido tener llena de la mañana a la noche, "y eso es un mérito". Ya, casi con resignación, dice que "como las autoridades no me den un sitio, lo pierdo". Y eso que no está del todo sola. Matilde Coral señala al director de la Bienal de Flamenco de Sevilla, Manuel Herrera, y al actual delegado de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla, Rafael Carmona, como compañeros en esta batalla que casi da por perdida: "Son personas que no están haciendo ninguna tontería, porque a mí me queda todavía guita y mi agradecimiento no es cualquier cosa. Mi agradecimiento lo muestro yo en el momento oportuno, cuando menos se lo esperan". Y si ganara, lo que a Matilde le dolería sería pagar como precio abandonar Triana, ella que de tan trianera dice resultar "peligrosa". La cuestión radica en que la administración acepte incluir la escuela andaluza de baile dentro de la carrera de Danza Española: "Ellos se lo pierden, la verdad es que yo no puedo luchar contra barreras que no puedo partir, yo no tengo dinero ni tiempo para tanto. Tengo esto y con esto me he conformado". Y pierde un rato la mirada entre el repiquetear de palillos que resuena en alguna sala... 
Pero el día a día de este foco de transmisión de la "escuela sevillana de baile andaluz", como a ella le gusta denominar, ya le cansa... Normal, después de coger unas diez veces el teléfono y acabar descolgándolo, no sin antes haber recibido al presidente de la comunidad de vecinos, al fontanero y a la típica extranjera despistada que quiere aprender flamenco en una semana. Por eso, cansada de tal trajín, pasó hace tiempo el relevo a su hija Rocío "y yo me he quedado como profesora emérita". 
Ahora se da el gusto de disfrutar del tiempo libre junto a su marido, el bailaor Rafael El Negro, del que el brillo de sus ojos dice estar tan enamorada como cuando se casó con poco más de veinte años. Las aficiones de Matilde Coral son, como no podía ser menos, personalísimas. Ya lo ha dicho muchas veces, su hobby principal es "practicar la religión católica, apostólica y sevillana", que no romana. Esta afición la ha llevado a coleccionar santos... "estampitas las tengo todas", pues está convencida de que "si esas personas llegaron ahí es porque hicieron algo muy grande en sus vidas". La persona que más ha acaparado su atención, aunque ahora tiene un poco más abandonado, ha sido Escrivá de Balaguer, de quien recopila todos sus libros "y estudio muy detenidamente sus pensamientos". Matilde deja claro que "no pertenezco a la Obra", pero reconoce que le "gustaba él, tenía un gancho especial para las personas, porque era muy buena gente y no concibo que le busquen tres pies al gato después de muerto". 
Ahora tiene ocupaciones más laicas: "Estoy buscando palabras en desuso y guardándolas". Palabras de Triana, de sus padres, "de gente que escucho hablar todavía que son muy mayores... Y son preciosas, las escribo y las guardo porque me encantan". Después de hacer compulsivamente añicos una pequeña cuartilla de cuadritos, con sus uñas rojas de perfecta manicura, vuelve a la conversación con un: "¡Ah! Y me gustaría ir al programa de Carlos Sobera, porque lo acierto todo, menos los grupos de músicos modernos. Ahí fallo, ahí me matarían". El afán por ser algo en la vida, por no pasar desapercibida, la dormía muchas noches leyendo a Miguel Hernández, a la luz de una mariposita de aceite, "leyendo cosas preciosas para culturizarme, porque no podíamos ir al colegio, no teníamos para comer". Matilde tuvo que hacerse estudiando por su cuenta: "Nada más con decir que nací en el año 35, ya el lector sabe sobrao lo que habré pasado. Te quitaban de un colegio, te llevaban a otro. Yo he pasado mucho". 
Candela Olivo
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