miércoles, 17 de febrero de 2016

Flamenco Rocio Márquez Sevilla


Biografía:

El Niño. Andando por los campos marcheneros. Rocío Márquez. Lo que hace Rocío Márquez con El Niño de Marchena, Pepe Marchena, José Tejada Martín, es sencillamente magia. Magia blanca. No sólo resucitarlo, ni acordarse de él, ni actualizarlo. Algo más difícil esto de tratarle como a un contemporáneo. Pues sí, Marchena nos habla a nosotros, directamente. Rocío Márquez no hace de intermediaria, ni de médium. Se pone al lado de Pepe y canta con él. Es verdad que sólo oímos la voz, la afinación de Rocío, pero eso son cosas del presente inmediato. Escuchen atentamente, verán que cada letra y cada respiración han pasado por Marchena. Traducción de la tradición, con sus necesarias traiciones; que no hay otra manera, como bien decía Enrique Morente. Ya digo. Trasmisión. Magia. Magia blanca. Ya sabemos que hay un joven Marchena, como el joven Marx, al que la flamencología le acepta un gran conocimiento de los cantes, afinación y sabor. Después está el heterodoxo, el segundo Marchena, ése que abusa de su poderío vocal y melódico, el de las extravagancias geniales, el que se enfrenta a la academia con su particular topografía flamenca. Pues bien, aquí están el primero, el segundo, incluso un tercer Marchena, ése que los resume, ése es el que Rocío Márquez quiere proyectar. No hay complejos, toda la obra de Marchena es un caudal de inspiraciones. Especialmente, a Rocío le gusta escucharlo en la conferencia que Pepe da en la Universidad de Sevilla, donde José Tejada se siente reconocido, con ternura, él, que ya era universal. Ahí Marchena está sabio, ajustado, mostrando que no hay diferencias entre lo viejo y lo nuevo. Eso lo ha aprendido perfectamente Rocío: el vanguardismo, el clasicismo, el mairenismo, el flamenquismo, el jondismo... todos mitos fantásticos. Maravillosos. Recordemos que Pepe Marchena es hijo de su época. La técnica -los discos de pizarra, la radio, el primer cinematógrafo- no sólo es un vehículo sino toda una definición estilística. Su voz, como la de su admirado Carlos Gardel o la de Édith Piaf, en Francia, responde también a una cualidad tecnológica. Y no es lo mismo un repertorio que se gana en los teatros, con sus manierismos, que el que se hace para el vinilo, las emisoras de FM o la televisión. La intuición de Rocío no ha sido otra y le ha llegado por el oído: un Niño de Marchena que pueda oírse en mp3, naturalmente. Nada de nostalgia. Anacronismo, en el mejor sentido de la palabra, ése que permite al arte mostrar dos temporalidades a la vez. No me voy a poner grave, pero ha sido un crítico norteamericano, Fredric Jameson, quien ha llamado la atención sobre lo productiva que ha sido en los pueblos hispanos la confusión entre "modernista" y "moderno". Es ahí donde hay que entender a Pepe Marchena, y por extensión a todo el flamenco diría yo. Es decir, el modernismo, el simbolismo, el adjetivo que se adjudica a Rubén Darío o Gaudí, aparece entreverado con la modernidad, el futurismo, lo que significaba Picasso. ¡Vaya contrariedad! ¿No? Así, el mismo Marchena que crea "La Rosa", desde un poema de los Hermanos Álvarez Quintero, acaba construyéndonos fandangos, cambiantes en sus tercios, lo que ha venido en llamarse fandangos cubistas. Sí, el inventor de la colombiana, que legitimó como cante nuevo americano, cuando había sumado una canción mexicana y un zortziko vasco a sus habilidades con la guajira a ritmo de tango. El Marchena que se presenta antológico con el legado flamenco, inventándose todo tipo de procedencias y etimologías, sencillas obras maestras de creación popular... Como repite Rocío Márquez pegada al hilo de voz de El Niño: "en tus palabras no creo". No podemos ocultar que El Niño de Marchena ha sido denostado, por muchos, por mucho tiempo. De nada servían las confesiones de Camarón como marchenero. De nada la reivindicación impecable de Enrique Morente y todos lo que en su estela siguen. Pero atendiendo a Marchena se aprende otra cosa, una cierta dignidad, un saber estar cuando se tiene toíto en contra. Si, como Rocío, observan a Pepe Marchena en el casino de su pueblo, en la serie, magistral, Rito y Geografía del cante flamenco, se darán cuenta de lo que les hablo. No hay complejos de ninguna clase, ni falsos agitanamientos, sólo orgullo de un trabajo bien hecho y de una vida, de excesos, sí, pero también de penas y de belleza. A mí me recuerda un poco a esa escena de Nashville en la que un John Lee Hooker cualquiera respeta a Johnny Cash por lo que es, no por sumarse a la legión de sus imitadores. Sí, si este país hubiese sido normal Pepe Marchena, con su sombrero de ala ancha, hubiera grabado en Nashville. No se crean, también allí acabará grabando Rocío Márquez, por aquellos caminos. Canción de Guatemala. Cantes de Ecuador. Cante de los Picos de Guanabacoa. Toda esta inventiva desbordada de Pepe Marchena. Fíjense en las paradojas. Marchena hace de los cantes americanos, los famosos de ida y vuelta -todo el flamenco lo es, de vuelta e ida, digo-, su seña de identidad, también útil principal en su particular caja de herramientas. Cuando compone la soleá, creo que, atendiendo al origen de letra, la apellida de Yllanda, "recompone" la petenera mexicana del Mochuelo que, seguramente, está en la cepa de lo que se conocen como soleares trianeras, en el ADN de esa otra genialidad extravagante que es el Charamusco. Pero no sólo estilísticamente. La literatura de Marchena para milongas, guajiras y colombianas es de tal promiscuidad, que anticipa la novelería de un Gabriel García Márquez, por ejemplo, a la hora de describir un mundo colonial, un mundo y unas condiciones sociales de las que seguramente procede todo el flamenco. Fíjense, como ha hecho Rocío Márquez, en "Los esclavos", un tema marchenero, inédito, que figura en este disco. No sabemos a ciencia cierta su procedencia, sólo que salió de entre los papeles de El Gitano de Oro, rapsoda que acompañaba a Marchena en sus últimos días. La pornografía de su letra es tal, lo explícito de una situación gravosa de explotación colonial, que casi termina por ser una canción de denuncia. Rocío Márquez le da una dicción fabulosa, ella haciendo de Lydia Cabrera y El Niño de Elche de Fernando Ortiz. Porque ese es otro de los aciertos de este disco, no hay temas modernos ni antiguos. Al presente se llega explotando las contradicciones. El clasicismo filológico de Faustino Núñez y el "buen metal" del sonido de Raül Fernandez Refree, las guitarras magistrales de los Manueles, Franco y Herrera, frente a la sonanta de Pepe Habichuela, y una voz aérea, la de Rocío Márquez, que esta vez se ha dejado rozar, hasta tocar tierra. Sólo alguien que había conocido la miseria de esa manera podía tener en tan alta estima arreglarse: la ropa, los anillos, los pañuelos, los cien pares de zapatos de todos los colores ordenados por colores, tonos y brillos. El dandy que era Marchena nacía en esa contradicción. Sólo los pobres se arreglan en domingo. La burguesía puede permitirse el desaliño. El humilde no, quiere, al menos por un día, su brillo. Si Beau Brummell dedicaba su ocio a las mil dobleces de un pañuelo, Marchena jugaba con el calzado, con los naipes, con el dinero. Los excesos de Marchena eran un juego, en el sentido más infantil de la palabra. Lo que hacía con los cantes igual, mero juego, un para arriba y un para abajo lúdicos con los que ensanchar armonías, melodías y compases. Como Walter Benjamin hizo notar, los niños no conocen el peso de la historia, por eso juegan. Y esa liviandad era necesaria. Ya digo, no se trata de reivindicar a Marchena ni de homenajearlo ni de justicia poética alguna. A Marchena no le hace falta. Lo que Rocío Márquez ha hecho es tomarlo desde el placer del juego. Disfrutar a Marchena. Gozarlo. Es rara la imagen fantasmal con que Georges Didi-Huberman convoca a Rocío Márquez. "La muchacha que anda" -la Gradiva que Jensen, enamorado, veía huir por las calles de Pompeya- se pasea por los subterráneos mundos de las minas. Rocío había bajado al Pozo de Santa Cruz en solidaridad con las reivindicaciones de los mineros leoneses. Pero Didi-Huberman nos convoca a una musa: humana, espectral, imaginaria, alguien que se pasea entre el reino de los vivos y los muertos. Como la Beatriz del Dante. No voy hablar de necrofilia, pero, ¿qué, si no amor, emoción, temblor, es lo que ha declarado Rocío Márquez por Pepe Marchena? ¿Cómo puede concebirse esta entrega sin la pasión de Rocío, aunque sólo sea por una voz? ¿Y no es eso el amor, el verdadero amor: locución, dicción, canto..., compartir con alguien una novela? Así, Rocío Márquez y Pepe Marchena. 

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