miércoles, 4 de noviembre de 2015

Flamenco Vicente Escudero Urive Gran Canaria


Biografía:

Nacido en el seno de una familia humilde —su padre era zapatero—, Vicente Escudero dio sus primeros pasos de baile siendo todavía un niño sobre las tapas de las alcantarillas de su barrio de San Juan. Ya de adolescente, y con una formación totalmente autodidacta, combinó las actuaciones en locales de la ciudad y provincia con trabajos como linotipista en varias imprentas. Años más tarde, decidió ir al Sacromonte a aprender de los maestros gitanos y, poco después, se vio con la confianza suficiente para empezar a actuar en los cafés de Madrid. Consiguió entrar en el Café de la Marina, en la calle de los Jardines, 21, pero allí duró solo tres días, porque aunque su baile gustó al público, sus compañeros se plantaron al verse incapaces de seguir su palmeo anárquico, como él mismo reconoció tiempo después: «en realidad tenían razón, ya que entonces se llevaba un ritmo medido y cualquier variación en el sonido de las palmas o el compás desorientaba a todo el mundo».2 Este fracaso le llevó a pasar una temporada dando tumbos por España, hasta que fue a dar con Antonio de Bilbao en el Café Las Columnas de aquella ciudad. Antonio le acogió como discípulo, y con sus enseñanzas le introdujo en los secretos del flamenco. El siguiente paso fue el extranjero. Después de unos años viajando por Europa, Egipto, e incluso la India, comenzó a actuar en Lisboa y, tras ganar el Concurso Internacional de Danza en el Teatro de la Comedia de París bailando un pasodoble, hizo su primera gran actuación oficial en el Olympia de la capital francesa en 1922. En ese escenario cosechó un gran éxito y se mantuvo durante mucho tiempo en cartel, lo que le forzó a ampliar su repertorio con baile clásico español. En 1924 presentó en el Teatro Fortuny una compañía de baile completamente española, y también abrió una academia de baile español que pronto se llenó de alumnos. Por esas fechas formaba ya pareja tanto de baile como sentimental con Carmita García, que le acompañaría hasta su muerte. En 1925, en la cumbre de su éxito parisino, Manuel de Falla le encargó, junto a «La Argentina», el montaje de El amor brujo, que constituyó un extraordinario triunfo. Durante estos años, Vicente Escudero tomó contacto con las vanguardias de su tiempo, en la literatura y la pintura: cubismo, surrealismo, dadaísmo... ísmos en los que estaba totalmente introducido en los años 1930. Atrapado en los círculos artísticos parisinos, frecuentaba los cafés de Montparnasse, alquiló un estudio en Montmartre, y se dedicó a la pintura y a las tertulias, tratando con Metzinger, Leger, Gris y otros artistas de tendencia cubista. Estaba tan abstraído en esos asuntos que evitaba firmar ningún contrato de baile hasta que no le acuciaban las necesidades económicas. Con la intención de evitar ligaduras comerciales arrendó con un amigo un diminuto teatro que había sido de la actriz Emilianne d'Alençon y lo denominó «Teatro Curva». Allí dio rienda suelta a su fascinación por lo experimental y el arte avanzado en el baile flamenco. Su éxito entre lo más granado de los artistas del surrealismo (entre su público y contertulios pudo contar con el escritor y teórico André Breton, los poetas Louis Aragon y Paul Éluard, el cineasta Luis Buñuel, el fotógrafo Man Ray o el pintor Juan Miró) no corrió parejo con el favor del público general, por lo que Escudero y su socio perdieron la inversión y debieron cerrar ese teatro experimental.2 En 1931 participó en el homenaje que se le rindió en Londres a Ana Pavlova, con la que había bailado tiempo atrás en San Petersburgo. Durante la década de los años treinta siguió haciendo giras por América, llegando a interpretar la obra de Falla en el Radio City Music Hall de Nueva York. Después de la Guerra Civil Española se instaló en Barcelona donde alternaba sus facetas como bailaor con las de coreógrafo, pintor, conferenciante y escritor. Su última actuación tuvo lugar en Madrid en 1969. 

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