viernes, 19 de junio de 2015

Flamenco Guillermina Marrínez Cabrejas Valladolid


Biografía:

Guillermina Marrínez Cabrejas, bailarina paya, una de las más importantes de la danza española que hemos tenido en nuestra historia, conocida en el mundo entero con el nombre artístico de MARIEMMA, nació en Iscar, (Valladolid), el 12 de enero del año de 1917, y murió en Madrid el día 10 de Junio del 2008. Leyenda de la danza española, se presenta Mariemma como una de las grandes personalidades y figuras de este arte. Con tan sólo dos años se marchó a París con su familia y allí dió sus primeros pasos dancísticos. Estudió en la Escuela de Ballet del Teatro de Chatelet llegando a ser en poco tiempo primera figura infantil, y debutó con su hermana María Asunción en una gira por Francia y Suiza. La joven Guillermina Martínez Cabrejas empezó a ser conocida como Emma. En 1940 regresa a España y tres años más tarde se presenta profesionalmente en Madrid. Monta su propia compañía, Mariemma Ballet de España, y realiza con ella varias giras internacionales que la llevaron por Latinoamérica, Estados Unidos y gran parte de Europa. Ha sido Mariemma gran profesora y pedagoga, admirada y recordada hoy por quienes estudiaron con ella. Comenzó a dar clases en 1960 y en 1969 pasó a dirigir el departamento de danza del Real Conservatorio de Arte Dramático y Danza de Madrid. Un hecho clave en la pedagogía de la danza ya que Mariemma regulariza un sistema de enseñanza por el que por primera vez se ordena la danza española en cuatro categorías: escuela bolera, folclore, flamenco y danza estilizada. A mediados de los años 80 del siglo XX, Mariemma montó su propia escuela de danza. Autora de míticos montajes para el Ballet Nacional de España como Díez melodías vascas (1979), Fandango (1979) y Danza y tronío (1984), Mariemma ha recibido innumerables galardones a lo largo de toda su carrera. El Premio Nacional de Danza (1950), la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid (1951), el Premio Nacional de Coreografía (1955) y la Medalla de Oro de las Bellas Artes (1981), entre otros. La «Ginger Rogers» española se llama Mariemma Un pintor la descubrió a los 9 años cuando bailaba en una calle de París, y la envió a una conocida maestra. Tres años después, Guillermina Martínez, nacida en Íscar (Valladolid), era solista del Teatro Olympia y había realizado su primera coreografía. Actuó con los mejores artistas y revolucionó la enseñanza de la danza española. Considerada una de las divinas, junto a Ginger Rogers o Margot Fonteyn, ahora tiene un museo con su nombre. Su nombre es sinónimo de baile y ella, Mariemma, una de las figuras más importantes de la danza española. Su paso por la Real Escuela de Arte Dramático y Danza marcó un antes y un después en la enseñanza de esta disciplina. Bailarina, coreógrafa, maestra, miembro de honor del Consejo de Danza de la UNESCO y creadora incansable, cuenta ya con su deseado museo –el primero en la Historia dedicado a la danza española– en su pueblo natal, Íscar (Valladolid). Pero ella no ha podido verlo. Desde 2005 está sumida en un profundo coma tras sufrir un derrame cerebral. En enero ha cumplido 90 años. Con sólo 2 años se trasladó con sus padres y sus nueve hermanos a París, lugar elegido por el cabeza de familia, que era zapatero, para buscar un mejor porvenir. Era 1919, Europa acababa de salir de la Primera Guerra Mundial y allí se firmaba el Tratado de Versalles. Ese año, Manuel de Falla estrenaba El sombrero de tres picos, en el Teatro Alhambra de Londres, encargo del famoso Diaghilev para sus Ballets rusos, coreografiado por Leonide Massine y con decorados de Picasso. Mariemma no podía saber entonces que un día ella misma protagonizaría este ballet junto a Antonio, en la Scala de Milán, y más tarde en Roma con el propio Massine. Tenía 9 años cuando un pintor de su bohemio barrio –que cada día la veía en la calle jugando a bailar los fandangos, las jotas y las sevillanas que le había enseñado su madre– le recomendó a la maestra del Teatro Châtelet, Madame Gontcharova. Guillermina Teodosia Martínez Cabrejas, ése era su nombre, comenzaba así una carrera que más que profesional, sería vital. Enseguida entró en el ballet infantil los petit rats, y empezó a estudiar danza española con su hermana María Asunción, quien bailaría con Antonia Mercé La Argentina (1890-1936), iniciadora de la estilización de la danza española que Mariemma continuó. Tuvo también la suerte de aprender en París con los maestros Francisco Miralles y Juan Martínez, dos de los últimos bailarines de escuela bolera, el verdadero baile clásico español extendido por Europa en el siglo XIX. Así lo escribía, en los años 40, Fernando de Igoa en el diario Pueblo: «Había que ir a París a buscar algún viejo maestro español que conservara nuestro baile de normas y cánones estrictos». También comprobó cómo los grandes compositores españoles, Falla, Albéniz o Turina, servían con su música a la gran revolución coreográfica del baile español. Junto a Carmen Amaya, que vivía en Pigalle, inventó unas vueltas de pecho. Con 12 años, en 1929, la joven Guillermina ya era solista en el Teatro Olympia y había realizado su primera coreografía, Córdoba, de Albéniz, que sigue estudiándose en el Conservatorio de Madrid, bautizado recientemente como Mariemma. Una relación muy fructífera. Su educación en un ambiente artístico como el de París le ayudó a forjarse un sólido criterio que ha defendido e inculcado toda su vida. Aunque regresó a España en 1931 y 1934 y estudió los bailes populares, es con el estallido de la Segunda Guerra Mundial cuando estrena por primera vez y lo hace en su tierra natal, Valladolid. Su presentación en Madrid se produjo en el Teatro Español, en 1943, fecha en la que tuvo lugar una determinante unión con el pianista cántabro Enrique Luzuriaga (1911-1985), quien se había especializado en música española en la ciudad del Sena. Nunca se separaron. «Estaban hechos el uno para el otro; su compenetración artística era completa», cuenta María del Carmen Luzuriaga, sobrina del músico y bailarina con Mariemma. Logró reincorporar la danza a las sociedades musicales, como Antonia Mercé lo había hecho en los años 20 y 30. Y, también como ella, rescató la escuela bolera para la escena. Durante la década de los 40, empieza a acumular elogios de los críticos e intelectuales más respetados. En 1946 le ponen el nombre a una calle de su pueblo (Íscar), y recibe una casa que, al contrario de lo que todos creían no fue regalada, sino que ella misma la adquirió. Curiosamente, años después (en 1964) su venta sería pasaporte para ir a la Feria de Nueva York –donde recibió la Medalla de Oro por su espectáculo– tras intentar en vano obtener una ayuda económica del Ministerio de Información y Turismo para movilizar a su compañía de 50 personas. Su fijación era coreografiar. «Era una máquina de crear; acababa de estrenar un ballet y ya estaba pensando en el próximo», revela Luzuriaga. Con la concesión, en 1950, del Premio Nacional, su carrera sigue en ascenso. Tras la experiencia con Massine, en 1952, en la Scala de Milán, el magno teatro le ofreció la dirección de una escuela especial de danza española. Pero ella tenía otra idea: montar su propia compañía, que estrenó en 1955. Además, fue la primera compañía de danza española que tuvo un maestro de ballet clásico, Héctor Zaraspe, quien en los años 60 trabajaría con Nureyev y Fonteyn. El Ballet del Marqués de Cuevas –un bon vivant chileno, casado con una Rockefeller, que quiso recuperar el espíritu de Diaghilev– le invitó a crear y bailar la parte española de la coreografía Voyage vers l’amour para la Expo’ 58 de Bruselas. En su piso en Madrid se dio cita el glamour de los años 50 y 60. Sus fiestas reunían a intelectuales, como Emilio Romero o Sebastián Gasch, con estrellas del cine, como Gina Lollobrigida, o el matrimonio Fernando Lamas y Esther Williams. Precisamente, la sobrina de Luzuriaga guarda de ésta una divertida anécdota. Durante uno de esos cócteles, la actriz-nadadora comenzó a pedirle que bailara. Emilio Romero le explicaba que Mariemma no podía hacerlo así, a la ligera. Pero la protagonista de Escuela de sirenas insistió tanto que la madre de nuestra artista le soltó: «Espera, Éster, que voy a llenar la bañera y nos haces tú unos largos», ante la carcajada general. Entre la enseñanza y el escenario. Empezó a enseñar muy pronto, cuando comprobó que era muy difícil encontrar bailarines que dominaran todas las formas de danza española. Contaba que muchos decían que ellos eran «de bota». Esto era, que sólo bailaban flamenco y muchos lo hacían de forma precaria. En 1960 fundó su escuela y reactivó su compañía, estrenando en el Teatro María Guerrero España, de Chabrier, y Diez melodías vascas, de Guridi. El cenit de su carrera llegó con la creación del ballet Ibérica (1964). En él confirmaba que España está unida por su danza: nuestros bailes tienen todos la misma raíz. «Siendo tan dispares las regiones españolas entre sí, hay sin embargo un hilo conductor que es la jota, cuyo predecesor es el fandango. No hay una sola parte de España donde no se baile», explicaba. Considerada una de las divinas de la danza, junto a Margot Fonteyn o Ginger Rogers, bailó la ópera Carmen con Herbert von Karajan (1966). Tres años después fue nombrada directora de danza de la Real Escuela Superior de Arte Dramático y Danza de Madrid. Allí comenzó su revolución del sistema pedagógico que aún hoy siguen discípulas suyas como Mariló Uguet, Mayte Bajo o Rosa Ruiz. Básicamente se trata de que el ballet clásico sea la base sobre la que iniciarse («los historiadores coinciden en asegurar que la fuente del ballet clásico arranca en España», explicaba); estudiar de manera progresiva las cuatro formas de la danza española (el folclore, la escuela bolera, el flamenco y la estilización coreográfica) e inculcar al bailarín la curiosidad por otros conocimientos que le enriquezcan. En 1978, Antonio Gades, director del Ballet Nacional Español, le pide montar sus ballets Diez melodías vascas y el Fandango, del padre Soler. Las críticas volvieron a resaltar su calidad coreográfica. La bailarina de Íscar seguía trabajando y recibiendo reconocimientos. En 1981, el Rey le impuso la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Admiradora de Antonia Mercé La Argentina, Mariemma pudo hacer realidad su deseo de homenajear a la bailarina. Primero en 1982, con el patrocinio de la UNESCO, donde estrenó la Danza de los ojos verdes, que Granados creó para La Argentina. Después, en 1990, por su centenario, y donde Mariemma, a sus 73 años, bailó. Dio conferencias en La Sorbona y el Kennedy Center, coreografió para el Ballet Nacional la ya clásica Danza y Tronío, en 1984 y, aunque en 1985 se jubiló, montó un centro privado. En 1997 publicó su Tratado de Danza Española. Mis caminos a través de la danza. Todavía en 2002, con 85 años, realizó un bolero para un certamen de danza. 
Sitios Web Relacionados :
Unknown Administradora

No hay comentarios:

Publicar un comentario